Cómo me preparé y corrí un Ultra Maratón de 100 kilómetros
¿Why the rito? ¿Why this ultra?
¿Qué es un ultra maratón? En teoría, cualquier carrera que sobrepase los cuarenta y dos kilómetros. Comúnmente los hacen de entre sesenta y ochenta kilóemtros pero también incluye distancias de cien y ciento sesenta kilómetros. Tradicionalmente se hacen en trail; es decir, caminos de terracería, senderos y veredas que crucen por la naturaleza donde la dificultad irá determinada por el tipo de terreno, las pendientes, el clima y la ganancia de elevación, que es el total de metros que ascendiste durante toda la distancia recorrida.
Empecé a darle forma a la idea en verano del 2021; quería hacer algo nuevo, tan desconocido que ni siquiera pudiera dimensionar lo que implicaría. Un gran reto que me hiciera aprender nuevas habilidades y que en tiempo de preparación me tomara por lo menos un año.
Con todo esto en mente decidí escoger una carrera de cien kilómetros por varias razones. La primera; a leguas se notaba el gran nivel de dificultad en ejecución y preparación. La segunda razón; tenía bastante tiempo que no corría de manera consistente y en la última carrera de trail que hice hace poco más de diez años, trece km, la pasé muy mal: golpe de calor, deshidratación, mareos, vómito y diarrea. Sentía que era buen pretexto para quitarse esa espinita. La tercera, como buen ingeniero, pensé que era un buen número de kilómetros –cerrado y redondo–.
Siguiente paso: buscar carreras en el 2022 entre los meses de agosto y noviembre para cuadrar el entrenamiento y empezar a programar. Googleé las palabras “ultra maratones México” y ¡boom!, la carrera que empató con lo que había calendarizado fue una que se llevaría a cabo en Puerto Vallarta en su primera edición como parte del circuito mundial del UTMB, Ultra-Trail du Mont Blanc, la cual es una de las carreras más famosas en el mundo no solo por su dificultad, sino por los hermosos paisajes que se presentan durante la carrera. Los participantes nos daríamos lugar el sábado 29 de octubre del 2022 a las 8 am en un pequeño pueblo llamado Mascota en el corazón de Jalisco y acabaríamos en el Malecón de Puerto Vallarta. Nunca, pero nunca, me hubiera imaginado que me iba a embarcar en un megaproyecto que absorbería los siguientes doce meses de mi vida (sobre todo los últimos seis) involucrando el apoyo de amigos y familiares para poder darle forma y concluirlo exitosamente.
Así fue como en noviembre de 2021 puse manos a la obra para empezar mi entrenamiento. Empecé a refrescar mi memoria repasando teoría, técnica y programación de entrenamiento al mismo tiempo que me sumergía en aprender de muchísimas otras cosas más: trail running, orientación, topografía, meteorología, primeros auxilios, ropa adecuada, equipo necesario e hidratación, siempre con varios principios en mente:
El primero y más importante: Acabar la carrera y sobrevivir a los cuatro recortes que había ubicados en diversos puntos de la ruta: en los kilómetros veintiséis, cuarenta y ocho, sesenta y uno, y setenta y dos.
El segundo: hacerlo de la manera más amigable e inteligente: sin presión, descansando un par de días a la semana, haciendo mi vida lo más normal posible.
El tercero: no bajar de peso, lo cual pude cumplir los primeros nueve meses pero los últimos tres demostraron ser los más difíciles ya que el volumen de entrenamiento semanal era alto. Si bien estaba comiendo casi entre 2700 y 3000 calorías por día, bajé un par de kilos en la última etapa.
El cuarto: disfrutar el proceso para hacerlo. Esta fue importantísima porque evitó que me sintiera abrumado y me mantuvo concentrado en la tarea que había por delante.
El entrenamiento
A principios de este año empecé a revelar a más personas mis planes. Algunas veces respondían con incredulidad, pero la mayoría me echaba porras y se mantenían al pendiente de cualquier novedad. Sabía que entre más personas lo supieran, más aumentaba la presión para no rajarme.
Al principio, los entrenamientos eran cortos y fáciles. La primera semana corrí dos veces, un día durante diez minutos y el otro un kilómetro y medio, «muy bien», pensé, «sólo faltan noventa y ocho y medio más». Sabía que tenía aproximadamente cincuenta y dos semanas para empezar a subirle poco a poco, así que no había razón por la cual querer abarcar muchísimos kilómetros al principio; además, podría pasar los fines de semana con mi familia y amigos sin tanta preocupación. Conforme pasaron los meses, el kilometraje empezó a aumentar; empecé a correr tres veces por semana y estaba promediando cuarenta y dos kilómetros en los fondos de fin de semana, siendo que en esta etapa corrí dos carreras de cincuenta y una de sesenta kilómetros. No sólo estuve corriendo; me mantuve haciendo entrenamiento de fuerza. Era básico como complemento Sabía que mantendría fuerte, asimismo, prevendría lesiones y me ayudaría a recuperarme.
Poco a poco mis fines de semana se convertían en un ritual. Empezaba los viernes por la tarde preparando todo el equipo reglamentario que requería llevar en la mochila durante la carrera, empacaba los snacks, además de trazar y estudiar la ruta que correría. Los sábados me desaparecía hasta por doce horas entrenando en el valle y los domingos los dedicaba a recuperarme, listo para empezar al día siguiente y repetirlo de manera religiosa.
Poco a poco, esos cien kilómetros empezaban a ocupar más y más espacio en la cabeza a tal grado que a pocas semanas de la carrera era lo único en lo que pensaba. No necesariamente en la carrera per se, sino en lo que debía tener listo para mi siguiente entrenamiento largo: equipo, ropa limpia, snacks, la ruta, en cómo iba a correr y repartir los kilómetros; repasaba cada detalle en mi cabeza a tal grado que a veces no podía concentrarme en trabajar o en hacer mis actividades de diario.
El entrenamiento y la rutina se volvieron básicas, no solo por el hecho de prepararme física y mentalmente, sino por lo que va más allá de eso; cada salida, cada sesión se volvía una oportunidad para aprender algo nuevo. Fui aprendiendo lo que funciona y lo que no, mejoraba la ruta si me perdía, elegía comidas más fáciles de masticar y digerir, calculaba cuánta agua tomar dependiendo de la distancia y el clima. Qué se siente correr con frío o calor, con pocos o muchos metros de ganancia. Aprendía qué hacer si se me apagaba el reloj, si me quedaba sin batería del teléfono o si había mala recepción. Qué hacer en caso de caerme, rasparme y tener que curarme en un área remota. Me planteaba escenarios imaginarios para saber cómo reaccionar. La filosofía que tomé fue que entre más horas acumulara entrenando, más herramientas y posibilidades tendría para improvisar correctamente ante cualquier contingencia. Siempre que surgía algo nuevo hacía una pequeña nota mental para estar mejor preparado la próxima vez. Acumulaba más situaciones en las cuales tendría el control. ¿Por qué? Porque sólo tendría una sola oportunidad para completar la carrera, no podía dejar nada al azar.
El plan para la carrera y la estrategia
Mientras tanto; en estos meses puse manos a la obra para familiarizarme y planear con todo lujo de detalle los hospedajes, la comida, el transporte, la ropa, la ruta, el clima, la altura y la topografía. Empecé a juntar todo el equipo reglamentario: mochila, manta térmica, lámparas, pilas, plato, cubiertos, vaso, chamarra, mallas, silbato, vendas y batería externa. Diseñé hojas de Excel para verificar que no se me olvidara nada y documentos de Word que describían el plan hasta el mínimo detalle. También escribí un pequeño resumen para mi familia sobre cada punto de abastecimiento en el que me podrían asistir junto con la hora aproximada en la que estaría pasando.
En cuanto a la ruta, dividí el mapa que traería en mi reloj en varios puntos o mini objetivos: distancias a cimas, distancias a valles y distancias a puntos de abastecimiento, logrando que cada pedazo quedara en promedio de entre cinco y diez kilómetros a la vez, todo esto con el fin de hacerme mentalmente la carrera más fácil. Así, podría concentrarme en llegar a cada uno de estos mini objetivos sin que fuera tan abrumador pensar que me faltaban noventa u ochenta kilómetros.
Los meses se convirtieron en semanas, las semanas en días y cuando me di cuenta, sólo faltaban unas cuantas horas para empezar la carrera…la espera había terminado.
Hasta aquí la primera parte del blog, hay mucho que abarcar y mucho que escribir. En la segunda parte, ahora sí, les platicaré de la carrera con todos los porvenires y detalles jugosos, cómo improvisamos como equipo y cómo pudimos sobrevivir al calor, a las pendientes y al cansancio extremo.